Érase una vez una mujer que decía: “No sé cómo he podido vivir hasta ahora sin la ensalada waldorf y el sésamo caramelizado”. Y de verdad era un caso curioso porque la mujer ya tenía 33 años. Recuperaba el tiempo perdido inventando nuevas comidas durante el día y así, entre el desayuno, la media mañana, el vermut y el almuerzo picoteaba su ensalada con sésamo. También entre el almuerzo, la merienda y la cena atacaba el cuenco ya medio vacío de ensalada con sésamo. En una crisis de ansiedad un domingo especialmente frío, sacó todo lo que tenía en la alacena pensando en llenarla de nuevo al día siguiente exclusivamente de manzanas fuji, apio, nueces, mayonesa y sésamo caramelizado. Así lo hizo. Dos días más tarde, ya no quedaba nada. Así que decidió liberar más espacio para la próxima compra en el colmado. Se deshizo del horno, del lavavajillas, del microondas y del congelador, en los huecos que quedaron puso cajas que atiborró de manzanas fuji, apio, nueces, mayonesa y sésamo caramelizado. Pronto su cocina dejó de parecer normal. Hasta que descubrió una frutería que vendía los mangos a 2 euros el kilo y entonces empezó a decir “No sé como he podido vivir hasta ahora sin el mango” y otras estancias sucumbieron a la invasión de la fruta tropical. Además, le faltaban horas al día para comérselos, porque su obsesión por la ensalada waldorf y el sésamo caramelizado no había disminuido un ápice, así que le restó horas de sueño, primero a las noches de los fines de semana, y poco a poco también al resto de días. En la oscuridad de su casa, apenas iluminada por el fuego de la chimenea, comía un mango tras otro.
En pocos meses, la mujer se volvió loca del todo. Sus vecinos ya no la saludaban cuando se cruzaban por la calle, empezó a deberle dinero al frutero y al tendero del colmado y ya casi no se cambiaba de ropa (de hecho, hacía tiempo que se había desecho también de la lavadora por motivos de espacio). Murió tres años más tarde, sola, con la dentadura gastada y el estómago aburrido. Dicen que la gente empezó a murmurar que se lo tenía bien merecido por negligente: todo el mundo, desde el principio, le había advertido de lo peligrosas que eran las sustancias adictivas que estaba consumiendo. Así que ya lo sabéis, niñas y niños, decid no a las drogas, a la ensalada waldorf, al sésamo caramelizado y al mango.