Los escépticos la echaron de su grupo de Facebook por no presentar pruebas de su grandilocuente afirmación. La acusaron de charlatana y de otras muchas cosas propias de los mejores paladines de la pseudociencia. Fue bochornoso, pues además coincidió con el día del nacimiento de Darwin. Ella estaba convencida, si la habían expulsado era porque le tenían una envida enferma (no en vano, por entonces había una epidemia de gripe que había infectado mucha envidia sana).
Alexandrina no dejaba de decirle a todo el mundo que la canción de cuna de Brahms funcionaba. Después de casi 18 meses durmiendo gemelos a muy duras penas, hacía unas semanas que la siesta de la mañana, la siesta de la tarde y la hora de ir a dormir de por la noche era mecer y cantar. En media hora, tirando largo, los dos niños caían en un sueño profundo. Tan dormidos se quedaban que no hacía falta cerrar la puerta del salón: los ruidos que les llegaban no les provocaban ni un leve pestañeo. Desde entonces el padre de los niños vuelve a lavar los platos haciendo un ruido tremendo: tenedores que se chocan con las tazas, tapas de olla que se caen al suelo, aceiteras que se derraman…Hasta ahora Alexandrina lo regañaba con dureza, y no era para menos, porque esos estallidos, crujidos y chirridos solían despertar a los gemelos, que ya no se calmaban si no era en los brazos de la madre.
La Wiegenlied, op. 49, no. 4 cumple lo que promete, es una canción de cuna que funciona incluso si los niños duermen en el carricoche. Alexandrina la canta con una letra inventada y ya cuando se cansa, tararea hasta que los niños cierran los ojos. Entonces sigue el ritmo de la música con un ssssh, sssh, sssh, antes de irse hasta el sofá con el sigilo de un ninja (en eso ni ella ni su marido han perdido la costumbre). Por fin sentada come galletas de chocolate sin temor a que los niños desarrollen malos hábitos alimenticios.