Cuando se está enamorado las palabras fluyen solas, y hasta los analfabetos son capaces de escribir poemas que luego no van a saber leer. Cuando se está deprimido, en cambio, las palabras se enquistan en lugares tan desagradables como la rodilla, la barbilla o el más doloroso, la garganta, y entonces mi blog de poesía desfallece, y lo único que me consuela es saber que releer lo escrito es, en cierto modo, reescribirlo.
De todos modos, no hay porque alarmarse, y es que cuando se empieza a borrar más de lo que se escribe, el neófito se atormenta y declara: he perdido mi don; mientras que el maduro y experimentado literato se alegra y exclama: ahora estoy empezando a escribir sólo lo que vale la pena ser dicho.