Si la DGT supiera que a mí se me ocurren poemas mientras conduzco, probablemente me quitaría algunos puntos del carné. No sé cuánto penaliza inspirarse mientras voy por la autopista y me entran ganas de escribir, y puesto que nunca lo hago, más que nada porque no tengo el cuaderno a mano, siempre llego a mi destino intentando acordarme de esa frase genial que iba a ser un poema.
Si la DGT supiera que yo me inspiro mientras cambio de marcha, seguramente me prohibiría como poeta alegando que apologizo por la conducción irresponsable. Tengo una teoría sobre el porqué de esa inspiración repentina: el estar concentrando tus sentidos en la carretera hace que la parte creativa pueda salir a flote, como si al tener ocupada la mente con cosas concretas, la parte abstracta pudiera empezar a funcionar sin miedo a que el hemisferio represor de mi cabeza vaya a censurar sus ideas.
El caso es que también me inspiro sin tener que estar al volante, y si dijera cuándo, se corroboraría mi teoría. Aún no estoy segura de si prefiero demostrar que tengo razón o de si prefiero quedarme callada para salvaguardar mi intimidad de la curiosidad de la gente, a veces tanta sinceridad nos vuelve insignificantemente humanos y para un escritor puede que esa no sea la mejor manera de mantener el interés de los lectores. Lo digo porque parece que si uno enseña todas sus cartas, si uno nunca guarda un as bajo la manga, ya no puede seguir siendo alguien a quien te atraiga conocer. Es como si de repente el otro descubriera que eres tan vulgar como él y entonces se disipara todo el encanto.
De todas formas, para que la gente no vaya a pensar que yo me inspiro mientras estoy en el baño, quiero aclarar que yo me inspiro mientras hago el amor. Puede que no esté bien a los ojos de mi pareja, comparar la conducción con el orgasmo, yo sólo digo que en ambos momentos uno está inmerso en la situación, como si no existiera en el mundo más que piel o carretera.
Si la inspiración me invade en estos dos momentos tan precisos, sólo es porque el segurata que monta guardia en la puerta de entrada de mi mente -el que sólo deja pasar las ideas con traje y corbata- se distrae porque pasa un Ferrari o una rubia con minifalda.