En invierno la calle Sant Joan huele a chimenea ardiendo, sobretodo por las noches, cuando de camino al Parque Vallparadís se suma la oscuridad al festival de leña quemada: la vecina del cuarto se ratifica entonces y está más segura que nunca de que los ciegos no sólo oyen mejor sino que también han desarrollado más su capacidad olfativa, ahora sólo le queda comprobar que precisamente por eso tienen orejas y nariz más grandes. Por las mañanas, las calles del centro huelen a pan, sobretodo la calle Sant Pere que ha sido invadida por la fiebre de las baguettes y las barras en todas sus variantes: con nueces, con cebolla, de soja, de cereales, integral, con masa madre, catalana, de nieve... Las colas en estas panaderías suelen ser largas, con tantas alternativas desconocidas nadie sabe qué comprar y cuando al final la vecina del sexto opta por la clásica barra de cuarto, le dicen que todavía faltan cinco minutos para que salga del horno. La vecina del cuarto ha descubierto la barra medieval y aunque nunca puede resistir a comerse el crustón antes de llegar a casa - y eso que sube en bicicleta - sospecha que la engañan: no cree que los molinos del siglo X, ni tan siquiera los del XV consiguieran una miga tan fina y tan blanca. De camino al trabajo, el hombre que siempre habla por teléfono suele pasear por los jardines de la calle Cardaire, se imagina que son suyos y que manda poner peces de colores en el pequeño estanque del fondo a la derecha, que él mismo se pone unos guantes, le da el día libre al jardinero, y planta las begonias que están junto al banco pero, sobretodo, que quita el cartel que indica que se prohíben entrar perros y él trae al suyo, un doctor especialista en robótica, y lo deja suelto para que sea el primero que marque todos los troncos, papeleras y farolas del jardín. ¡Dejen que su orín riegue las rosas, por Dios, que hoy es su cumpleaños! (Feliç 11è aniversari Slump!)
Mientrastanto, un cristalero bajito repasa el aparador de la tienda de ropa vintage que bien podría ser una tienda de decoración, hace un par de meses vi salir una pareja de recien casados un poco tristes porque no habían podido convencer a la dependienta para que les vendiera la mesa de madera maciza que preside la tienda. Sospecho que ahora que los rumores dicen que cierra, la dueña va a montar un mundo paralelo pero más bonito, me consta que es tan capaz de diseñar bolsos o zapatos como de diseñar una ciudad en la que, por supuesto, las tiendas no abrirán los festivos porque no hay derecho a que haga más de un año que no haya podido hacer una excursión por el parque de Sant Llorenç del Munt. La vecina del cuarto no sabe donde comprará ahora los vestidos que despiertan tanto interés entre sus conocidos y que han hecho que hasta la señora de la tienda de las medias, los leotardos y los batines la pare siempre por la calle para decirle que va muy guapa.
Los viernes la Plaza del Mercado está llena de octogenarias que llenan sus carritos de pescado fresco, frutas, verduras y vianda recién hecha. Llegan a casa exhaustas después de empujar con todo su cuerpo los carros repletos de los ingredientes que, al menos una vez a la semana, servirán para que los nietos visiten a sus abuelas: todos los domingos la señora del quinto canta coplas mientras cocina porque sabe que ese día no come sola.
Mientrastanto, un cristalero bajito repasa el aparador de la tienda de ropa vintage que bien podría ser una tienda de decoración, hace un par de meses vi salir una pareja de recien casados un poco tristes porque no habían podido convencer a la dependienta para que les vendiera la mesa de madera maciza que preside la tienda. Sospecho que ahora que los rumores dicen que cierra, la dueña va a montar un mundo paralelo pero más bonito, me consta que es tan capaz de diseñar bolsos o zapatos como de diseñar una ciudad en la que, por supuesto, las tiendas no abrirán los festivos porque no hay derecho a que haga más de un año que no haya podido hacer una excursión por el parque de Sant Llorenç del Munt. La vecina del cuarto no sabe donde comprará ahora los vestidos que despiertan tanto interés entre sus conocidos y que han hecho que hasta la señora de la tienda de las medias, los leotardos y los batines la pare siempre por la calle para decirle que va muy guapa.
Los viernes la Plaza del Mercado está llena de octogenarias que llenan sus carritos de pescado fresco, frutas, verduras y vianda recién hecha. Llegan a casa exhaustas después de empujar con todo su cuerpo los carros repletos de los ingredientes que, al menos una vez a la semana, servirán para que los nietos visiten a sus abuelas: todos los domingos la señora del quinto canta coplas mientras cocina porque sabe que ese día no come sola.