Pensar bien no es fácil. Nuestra mente, como nuestro cuerpo, está lleno de compromisos, de manera que desatiende alguno en mayor o menor medida y suele ser el que le parece menos urgente. Siendo así, y desconfiando de nosotros mismos, la evolución potenció sus propias estrategias mentales a fin de que llegáramos a la conclusión que le interesara. En otras palabras, muchas veces pensamos mal porque nuestras circunvoluciones cerebrales nos llevan por atajos que al final acaban en callejones. El descuento hiperbólico es un buen ejemplo. Se dice que somos más proclives a descontar los beneficios de una recompensa si se da en el futuro y preferimos el premio inmediato, aunque sea de menor valía. La evolución nos ha dotado de una tendencia a favorecer el hoy antes que el mañana, pues en el pasado cualquier recurso podía representar una ventaja significativa en la lucha por la supervivencia que, además, no estaba para nada asegurada. ¿De qué le sirve a un muerto recibir más que cuando vivía?
Esta es sólo la mitad de la historia, y hasta ahora sólo hemos explicado el modelo del descuento exponencial que, como ven, es clave en nuestro comportamiento económico - en las apuestas, compras y en la selección de productos financieros como planes de pensiones - pero también en la procastinación, adicción o dietas para perder peso. En definitiva, tratamos de equilibrar el conflicto que se genera entre el corto y el largo plazo, no siempre con éxito. Muchos estudiantes universitarios, en una época en la que el Carpe Diem se practica en las discotecas se plantean dejar los estudios porque no ven que su recompensa futura, ser licenciado, sea equiparable a la de una noche más de fiesta. Con el modelo del descuento hiperbólico el sesgo que impone el presente todavía se hace más visible. Así, si yo le pregunto: ¿Qué prefiere 50 € hoy o 100 € dentro de un año?, usted probablemente escoja recibir los 50 € hoy. Si luego le pregunto: ¿Qué prefiere 50 € dentro de cinco años o 100 € dentro de seis? y me responde que prefiere los 100 €, estará tomando decisiones inconsistentes pues aunque el intervalo de espera es el mismo - un año -, no lo acepta en igual medida. Huelga decir que estas divergencias pueden tener consecuencias perversas en la vida diaria.
Por tanto, este tipo de experimentos, que evalúan la gratificación inmediata versus la gratificación diferida, podrían resultar indicadores de inteligencia y autocontrol. También de emoción, claro, porque parece que los que más se apasionan menos capaces son de esperar. De nuevo, no es un error evolutivo, al cuerpo le interesa empujarnos de cualquier modo a asegurarnos el presente y para ello tiene un buen arsenal de armas en el sistema límbico: en el pasado tenían buena puntería pero hoy pueden errar el tiro y herirnos. ¿O a caso nadie de ustedes se ha enamorado de quien no debiera? Ya ven. Tampoco se fíen de lo que sienten.
Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 13 de febrero de 2015