viernes, 6 de febrero de 2015

Si Darwin me dice ven, lo dejo todo

12 de febrero. No me he equivocado ni me he desenamorado de mi marido. Sé que el 14 es San Valentín además del cumpleaños de mi perro. Dicho esto, la semana que viene se presenta con triple celebración porque el jueves es el Día Internacional de Darwin y como antropóloga debo rendir pleitesía a quien además se ha convertido en una figura que me  inspira y me ronda de forma omnipresente ya sea porque no paro de leerlo sobre el papel, ya sea porque sus ideas emergen de mi entorno naturalmente, pues me he especializado en descubrir el peso de su teoría en todo aquello que me rodea. Soy como una mujer robótica que detecta los rastros del pasado una vez que mis ojos se posan sobre el entorno, y en la pantalla de mi mente se acumulan letreritos en negro, que surgen como burbujas de las cosas, en donde pone escrito EVOLUCIÓN. Los veo en la cafetería, en el supermercado, en la peluquería y hasta en anuncios en la televisión, porque los buenos publicistas saben que nuestro comportamiento y nuestras decisiones no tienen tanto apoyo en el libre albedrío como en estructuras químicas, fisiológicas y mentales que se construyeron en tiempos ancestrales. Habrá quien piense que empieza a ser grave y que tales alucinaciones deberían tratarse, yo en cambio me considero poseedora de un don extraordinario que aprovecharé la semana que viene en la conferencia que imparto sobre evolución aplicada a la alimentación, y en la que descubriremos hasta qué punto es culpa de nuestro cuerpo paleolítico la epidemia de obesidad y el trastorno de diabetes tipo II, qué papel jugó el fuego en nuestra dieta y si lo mejor sería que comiéramos como el hombre de Cromañón. 

Charles Robert Darwin, nacido el 12 de febrero de 1809, embarcó en el HMS Beagle el 27 de diciembre de 1831 como un hombre de fe - estaba estudiando para ordenarse pastor anglicano - y llegaría a Inglaterra cinco años más tarde como un científico que revolucionaría las ideas que el ser humano tenía de sí mismo y del mundo. Publicaría su teoría en 1859. Las 1.250 copias del libro, titulado “El origen de las especies por medio de la selección natural”, se vendieron el mismo día que llegaron a las librerías. No todos recibirían sus ideas con los brazos abiertos, ha quedado para la posteridad el famoso debate que el obispo de Oxford, Samuel Wilberforce, mantuvo con uno de los grandes defensores de Darwin, Thomas Huxley, de quien se dice que cuando el obispo le preguntó con sorna si fue a través de su abuelo o de su abuela la reivindicada descendencia del mono, le respondió: “Preferiría tener a un miserable mono por abuelo que a un hombre altamente dotado por la naturaleza, y dueño de grandes influencias, y, que emplea esas facultades e influencias para el mero placer de introducir el ridículo en una discusión científica”. Las malas lenguas dicen que después de tal declaración de principios, una dama se desmayó en la sala. Por suerte para Wilberforce no venimos del mono, aunque para su desgracia, supongo, sepamos ya, sin lugar a dudas, que somos primos cercanos.


El 12 de febrero se celebra la valentía intelectual, la curiosidad permanente y el hambre por descubrir la verdad. Estás invitado.

Artículo publicado en el Diari de Terrassa el 6 de febrero de 2015