martes, 19 de febrero de 2013

Año nuevo, nuevo yo

Nunca sé cuando dejar de decir “Feliz año”. Me parece prudencial que, pasada la víspera de Reyes, se considere a todo el mundo por felicitado. No me malinterpreten, no suelo ser parca en palabras, pero tampoco me gusta usar los tópicos para romper el hielo en las conversaciones, porque entonces suelen acabar en otros lugares comunes tan recurrentes como los que rodean a la crisis. Y este año yo no voy a tener crisis. De hecho, así lo he decidido para mis propósitos del 2013, junto con los sempiternos: escribir más, hacer más excursiones por la montaña y despertarme antes. Todo ello orquestado por una determinación mayor e incluyente que surge de la voluntad de ser la mejor versión de mi misma.

Disculpen que me tome unos cuantos párrafos para ahondar en esta cuestión, pues me parece muy importante distinguir entre dos conceptos que frecuentemente se toman por lo mismo y que, a mi entender, no se asemejan en nada, pues es muy distinto aspirar a ser mejor que antes, que ambicionar ser mejor que nadie. Esta última interpretación, por cierto muy extendida, surge de la insatisfacción profunda de uno mismo, se mueve mediante la competencia y nos conduce a un camino sin salida porque reniega de nuestra auténtica identidad, la que no puede ser medida con la vara de otros. Al contrario, tratar de ser la mejor versión de uno mismo nos lleva a profundizar en nuestra esencia, despojándonos de todo cuanto obstaculiza que nuestro cuerpo y nuestra personalidad sean instrumentos afinados que den la nota que deben dar. Ser la mejor versión de uno mismo es comprender que más que trabajar en pos de la perfección, conviene trabajar para alejarse de la mediocridad. Sólo existe un verdadero trabajo en este mundo, y consiste en ser aquello que hemos venido a ser, ni más ni menos. Sepan que este trabajo no requiere de estudios ni de formaciones universitarias y que, además, no contempla el paro. ¡Qué bien empezar el año sabiendo que ninguno de nosotros está desocupado!

Ya para acabar, fíjense que la misma denominación “ser humano” conlleva una acción que, de no ser llevada a cabo, nos mantiene en el limbo entre los animales de cuatro patas (o de seis, o de ocho) y los de dos, porque ser humano no es sólo tener una cabeza que resuelve operaciones matemáticas, ni unos pies aptos para los zapatos de tacón. Precisamente, lo que nos debería diferenciar del resto de seres vivos es nuestra humanidad, que si bien viene de fábrica en potencia, no todos la hacemos realidad.

Que este nuevo año sea también el preludio de un nuevo yo. Uno que no piense que las virtudes del otro amenazan las suyas propias, y que entienda que no por regodearse en las faltas ajenas, aumenta su propia aptitud. Que este año 2013, comprendamos que la individualidad real se ejerce con el reconocimiento de los otros en nosotros.


Publicado en el Diari de Terrassa el 10 de enero de 2013