martes, 19 de febrero de 2013

Una nueva cultura de la salud

A diferencia de la tortuga o del caracol, los seres humanos no llevamos la casa a cuestas. Al menos no una casa en forma de cascarón robusto y pesado, pues en realidad nosotros también disfrutamos de un hogar omnipresente donde quiera que nos encontremos, así nuestras paredes sean tan blandas como la piel que nos cuelga del brazo y nuestros tabiques sean tan maleables como los que nos ofrecen nuestras piernas. Más allá del hogar que acoge nuestra vida y que nos permite, precisamente, vivir en esta dimensión donde es importante abrazar a un amigo, saborear una tarta de cumpleaños o correr cuando se escapa el autobús, nuestro cuerpo también es un templo donde mora el espíritu, el mismo que intenta acomodarse en los recovecos que sobran entre galletas, copas de vino, pensamientos de derrota y alguna que otra coliflor.

No hay por qué temer la destrucción del templo, pues como en el resto de iglesias, mezquitas o estupas, el objeto de adoración se mantiene inalterable y ni Yahvé, ni Mahoma ni Buda existen porque haya ladrillos que les den una especial bienvenida. En cualquier caso, mantener nuestro templo cuidado ayuda a que nuestra alma no decida rescindir el contrato de alquiler. Hay quien resuelve ponerse a dieta de dulces y grasas, olvidando que existen otros canales de nutrición tan o más importantes que el que empieza en la boca. ¿Y si nos pusiéramos a dieta de pensamientos negativos? ¿Y si ayunáramos de críticas, miedos y profecías fatalistas? Hay quien se atreve con triatlones, esquí de fondo y hasta claustrofóbicas sesiones en el gimnasio, sin atender a los músculos atrofiados que gobiernan la mente creativa, la empatía o la confianza.

De resfriarte este próximo invierno, no dejes de tomarte infusiones de tomillo, eucalipto, malva y hiedra, ni tampoco si te caes y te tuerces el tobillo, olvides aplicarte un emplasto de arcilla. Escribe Yogananda (el gurú de Steve Jobs) que “el Señor ayuda a quienes se ayudan a sí mismos”. No esperemos que la salvación venga de una imposición de manos externa o de una terapia rebautizada con nombres exóticos, usa lo que esté a tu alcance con conciencia: también de nuestros dedos salen rayos láser y el milagro no es que Dios en persona te salve del cáncer o de la depresión, sino que sepas reconocer la intervención divina en tu médico interior. En cualquier caso, suscribo las palabras del doctor Jorge Carvajal, que afirma que toda enfermedad es el resultado de la inhibición de la vida del alma. En consecuencia, la terapéutica verdaderamente efectiva debe ser una alquimia de técnica y mística, de ciencia y magia. Sólo así podremos sanar realmente, incluso aunque fallezcamos. Confío plenamente en que esta nueva cultura de la salud estará presente en el nuevo paradigma que la crisis está dando a luz.


Publicado en el Diari de Terrassa el 12 de octubre de 2012