Decía Coco Chanel que “la simplicidad es la clave de la verdadera elegancia” y aunque no me considero precisamente una seguidora fiel de la moda, debo reconocer que la frase es más profunda de lo que aparenta. En mi opinión, la simplicidad, más allá del estilo de nuestra indumentaria, debería estar presente en todas aquellas decisiones que tomamos para satisfacer nuestros deseos. De otro modo, corremos el riesgo de quedar tan materialmente saturados que no dejamos espacio para cubrir aquellas necesidades sutiles que no suelen estar en la mente de nadie cuando después de citar el alimento y el cobijo, olvidan que para poder realizarnos no sólo debemos tener en cuenta nuestro cuerpo físico, sino también el mental, el emocional y el espiritual, todos ellos ineludibles para la culminación de nuestro ser, a pesar de que nos obstinemos en envenenar nuestro corazón con la retórica del consumismo o de que nos abstengamos - con todo derecho - de adscribirnos religiosamente. En cualquier caso, pienso que la actitud más prudente es la que Compte Sponville manifiesta con las siguientes palabras: “no por ser ateo voy a castrar mi alma”.
La simplicidad elegante es la austeridad voluntaria muy en la línea de la frugalidad mística de quien se sabe parte del mundo y uno con todos y, por lo tanto, no acapara más de lo que le toca ni ignora que lo verdaderamente importante, no sólo “es invisible a los ojos” (por seguir citando clásicos, en este caso, a Saint-Exupéry), sino que existe en abundancia para todos porque mana de una fuente inagotable que aumenta su caudal cuanto más reparte. Y antes de que nadie empiece a relacionar el imperativo moral de la simplicidad elegante con la abstinencia penitenciaria, con la mortificación o con una sobriedad rígida y severa que nos impida gozar de la vida, les diré que no hay porqué avergonzarse de disfrutar siempre y cuando no lo hagamos a costa de una riqueza obscena e ignorante que basa la felicidad en la adquisición de posesiones y que nos condena a la insatisfacción eterna.
La simplicidad elegante es, al fin y al cabo, una verdadera forma de revolución silenciosa y contundente al unísono, como la que Gandhi indujo a seguir a sus compatriotas, no sólo evitando el comportamiento belicoso sino apostando por la belleza de la tela hilada con nuestras propias manos, del pan casero y, en definitiva, de la libertad que confiere el reconocimiento de que no sólo podemos ser feliz con poco, sino que no hay otro modo de serlo. Aún así, la lucha contra la miseria debe continuar, está claro, pero no ya únicamente para erradicar la pobreza del que se acuesta sin haber comido, sino también para exterminar la pobreza del que necesita tener para ser.
Publicado en el Diari de Terrassa el 9 de agosto de 2012