martes, 10 de septiembre de 2013

Diario mágico de un embarazo aplazado III

Tres días después de la infructuosa incursión en el mundo de Willie Wonka, la mujer del pelo rebelde tuvo una experiencia que le marcaría el resto de su vida. La biznieta que nunca conocería explicaría a sus amigos que había tenido una antepasada llamada Nora capaz de comunicarse con algunas plantas. Para entonces, el bonsai, la única planta superviviente de los desastrosos cuidados de la familia, ya se había quedado sordo, así que los intentos de la niña para demostrar que ella había heredado el don de su bisabuela nunca dieron resultado. Muchos años antes de que Valentina naciera, antes incluso de que se engendrara Gabriel, Nora sólo pensó que se estaba volviendo loca. De hecho, al principio creyó que los susurros de las plantas de su casa eran voces imaginarias, que ella no tardó en atribuir a su bebé fantasma. Los primeros meses sólo podía oír lo que le decía la planta más grande que había en su casa, un potos que prácticamente escondía la pared tras la cascada de ramas. Colgaba del mueble librería desde antes de que ella se mudara y a parte de alguna hoja que amarilleaba, parecía cuidarse sólo. Como las voces sólo eran audibles desde muy cerca, Nora cambió sus sospechas: ahora creía que eran los mismos libros los que trataban de decirle algo, pero como tampoco no pudo identificar ninguna de las frases que oía con los pasajes de los libros (se sabía muchos de memoria), empezó a pensar que eran los autores muertos los que trataban de comunicarle mensajes de ultratumba, quizás incluso manuscritos inacabados que ella tenía el deber y el honor de transcribir para el mundo. Hizo una lista de los escritores muertos, sus preferidos eran José Luís Sampedro y Rafael Pérez Estrada.

En marzo, empezó a hablar el ficus, seguido de la kalanchoe, los geranios de la terraza, el limonero y el olivo. El último que se unió a la verborrea fue el bonsai, que sería con quien Nora cogería más confianza. Teneré llegó un domingo a casa, había sido un capricho de su marido. Nora se oponía a todos los caprichos de Pablo por considerarlos demasiado extravagantes, un bonsai no era lo peor con lo que había tenido que lidiar y a pesar del rechazo inicial, tuvo que admitir que comprarlo había sido una buena idea. Todas las plantas de la casa tenían un nombre, pero Nora solía olvidarlo pocas semanas después del bautismo. Teneré no sufrió ese abandono onomástico porque ella misma fue quien escogió el nombre. Lo encontró después de leer un artículo sobre árboles famosos. Teneré había sido una acacia solitaria en medio del Sáhara, de hecho, era considerado el árbol más aislado de la Tierra: no existía ningún otro en 400 kilómetros a la redonda. Sus raíces alcanzaban los 36 metros de profundidad, donde acariciaban las aguas subterráneas de un pozo. Teneré también fue un punto de referencia para los viajantes de caravanas; era tan importante que fue el único árbol representado en mapas de pequeña escala. En 1973, un conductor libio borracho chocó contra él y lo mató. Los restos se llevaron al Museo Nacional de Níger y en su lugar se colocó una estructura metálica representando un árbol. A Nora la historia le pareció tan triste y tan absurda que decidió darle un nuevo sentido con la vida de su bonsai: el nuevo Teneré estaría libre de la soledad y de conductores incivilizados y sería por siempre mimado por Nora y Gabriel, que lo situaron en la mesa de la cocina para darle los buenos días cada mañana.