jueves, 12 de septiembre de 2013

¿Está el mundo al revés?

Les contaré un secreto: no me gusta el verano. Sé que me arriesgo a un linchamiento público, pero si no fuera porque en julio es mi cumpleaños, estos meses de calor insoportable y de tiempo libre inacabable bien podrían eliminarse de mi calendario. Del mío al menos, no me meteré con los suyos. Y antes de que su mente siga juzgando mi extraña actitud, les diré que me gustan las vacaciones, aunque pienso que pierden pronto el interés, después de tantos días sin poderlas comparar con los días de trabajo. Por eso mismo me encantan los fines de semana, porque permiten el tiempo justo de descanso y ocio sin perder la perspectiva de los días laborables. Es esa polaridad lo que crea el atractivo y quien no diga que en algún momento sus vacaciones le han parecido demasiado largas miente o necesita urgentemente una reforma en su vida.

Pero el verano también está bien para leer sin descanso y hasta a lo loco, si se puede utilizar esa expresión para una afición más bien comedida. Yo también he caído en la fiebre de Joël Dicker, que por suerte no está tan mal visto como leer a Dan Brown, así que puedo decir abiertamente que es una novela que he disfrutado. Resulta curiosa esa sutil distinción entre autores y libros que o bien permiten al lector salir orgulloso de una librería o, al contrario, le conminan a forrar el libro con papel de diario y hasta a fingir que ha sido un regalo que se ha leído por compromiso. La cuestión sobre la buena escritura no es nueva y así como dicen que existe la telebasura, también se han inventado un homólogo literario. No estoy muy al día con la música, pero quizás también haya artistas y canciones que para algunos no sea más que bazofia. Todavía recuerdo cuando hará unos siete años mi profesor de guitarra me bajó cruelmente los humos: yo que empezaba a presumir de apreciar a Mozart, me entero de que comparado con Bach, el compositor de Don Giovanni quizás no fuera más que un músico comercial a expensas de los encargos de los ricos.  Hay quien cree incluso que su fama de niño prodigio fue sólo una estrategia paterna bien diseñada, casi como la de los niños Disney actuales.

En general la fórmula es la siguiente: tener el público a favor y la crítica en contra suele relegarte a la categoría de los escritores del populacho, mientras que poseer el apoyo de la crítica, a pesar - o precisamente - de no tener lectores te asciende a la de escritor de culto. Como en todo, hay excepciones a la norma, con la que por cierto no sé si estoy de acuerdo, sobretodo porque de aceptarla debería también admitir que la opinión popular está equivocada cuando elige. O peor aún, que los críticos están equivocados, ellos que son los constructores de la alta cultura a la que aspiro: de momento tengo la mitad ganada, porque de lectores tengo más bien pocos - excepto los segundos jueves de mes. Bromas a parte, quizás yo todavía sea muy ingenua, pero si las masivas y supuestamente erróneas decisiones en cuanto a cultura fueran análogas a nuestro nivel de conciencia global, dispondríamos de un patrón de diagnóstico general muy preciso y muy sombrío… Qué tontería, ¿No?

Artículo publicado en el Diario de Terrassa el 12 de septiembre de 2013