He acabado Elogio de las familias sensatamente imperfectas de Gregorio Luri. Es un librito que se lee fácil. No explica nada nuevo, mucho sentido común, discrepo con algunas frases (más que con algunas ideas) y sobre todo no me ha gustado que diga que igual que existe el fast food también hay el fast book (que supuestamente entretiene pero no alimenta). No estoy de acuerdo, incluso algunos libros aparentemente superficiales pueden alimentarte en momentos determinados, no todo tiene que ser "buena literatura" (eso también está por definir, claro). Obviamente descarto todos los libros con ideas perniciosas o directamente falsas de la Nueva Era, pseudociencia y trucos de magias variados, que evidentemente no merecen ni nuestro tiempo ni nuestra atención (os lo digo por experiencia). También equipara elogiar mucho a un niño con darle muchos besos y abrazos y para mi no son iguales, quizás elogiar en exceso a un niño pueda ser perjudicial (pues muchas veces se hace sin motivo real), pero los besos y los abrazos se pueden dar sin temor a excederse, pienso yo, porque no tienen que ir en relación directa al comportamiento de un niño... En fin. Abriré otra entrada con los libros que sigo leyendo y empiezo ahora (muchas recomendaciones interesantes vienen de la Escuela de Escritores, bien!)
lunes, 30 de julio de 2018
viernes, 27 de julio de 2018
Cosas que no me gustan I
1. Sentir que me he vuelto dura con los años.
2. Perder cosas. Sobre todo cuando mayormente las pierde mi marido.
3. Que los detergentes que anuncian que eliminan todas las manchas no sirvan para nuestra colada.
4. La expresión “sarna con gusto no pica”.
5. No saber qué responder cuando me preguntan a qué te dedicas, querer decir que soy escritora y no atreverme
6. Perder la paciencia con mis hijos, gritarles aquí no se grita, darle un manotazo al que ha pegado al otro. Sentirme fatal y pensar que todavía no me entienden cuando les pido perdón.
7. Las retransmisiones de futbol en la radio. Si además son en el coche me marean. Todavía recuerdo las náuseas mientras sonaba el Carrusel Deportivo cuando volvíamos los domingos por la tarde del camping. De esto hará más de veinte años.
8. Que la gente que me cae bien elogie al terapeuta pseudocientífico de turno.
9. Gastar dinero en ropa.
10. Organizar las vacaciones, aunque hago una excepción preparando cuidadosamente los libros que me acompañarán.
11. Que muchas de las canciones que más me gustan me pongan en un estado depresivo terrible. He tenido que dejar de escuchar a Ben Harper.
12. El olor de los vasos cuando los saco del lavavajillas: me huelen a huevo crudo.
13. Hablar por teléfono cuando no soy yo la que llama.
14. No ser constante con la aplicación de cremas exfoliantes e hidratantes.
15. Irme a dormir sin sueño para que no me cueste despertarme y que a la mañana siguiente constate que no ha servido de nada.
2. Perder cosas. Sobre todo cuando mayormente las pierde mi marido.
3. Que los detergentes que anuncian que eliminan todas las manchas no sirvan para nuestra colada.
4. La expresión “sarna con gusto no pica”.
5. No saber qué responder cuando me preguntan a qué te dedicas, querer decir que soy escritora y no atreverme
6. Perder la paciencia con mis hijos, gritarles aquí no se grita, darle un manotazo al que ha pegado al otro. Sentirme fatal y pensar que todavía no me entienden cuando les pido perdón.
7. Las retransmisiones de futbol en la radio. Si además son en el coche me marean. Todavía recuerdo las náuseas mientras sonaba el Carrusel Deportivo cuando volvíamos los domingos por la tarde del camping. De esto hará más de veinte años.
8. Que la gente que me cae bien elogie al terapeuta pseudocientífico de turno.
9. Gastar dinero en ropa.
10. Organizar las vacaciones, aunque hago una excepción preparando cuidadosamente los libros que me acompañarán.
11. Que muchas de las canciones que más me gustan me pongan en un estado depresivo terrible. He tenido que dejar de escuchar a Ben Harper.
12. El olor de los vasos cuando los saco del lavavajillas: me huelen a huevo crudo.
13. Hablar por teléfono cuando no soy yo la que llama.
14. No ser constante con la aplicación de cremas exfoliantes e hidratantes.
15. Irme a dormir sin sueño para que no me cueste despertarme y que a la mañana siguiente constate que no ha servido de nada.
Cosas que me gustan III
1. Oler la piel de las patatas antes de lavarlas, tanto que casi sería más correcto decir que las esnifo.
2. Que el café con leche me dure toda la mañana. Llevarme la taza por toda la casa.
3. Viajar con muy poco equipaje, que casi todo lo necesario me quepa en una maleta de cabina que comparto con mi marido.
4. Las lámparas con pantalla de tela plisada que se encienden tirando de una cadenita, como la que tenía mi yaya Pepi.
5. Esperar los documentales de TV2 para empezar la siesta acunada por las sosegadas voces de los narradores.
6. La ópera italiana. Me sé muchas arias de memoria y canto papeles tanto de hombre como de mujer.
7. Ver correr a mis hijos por casa sólo vestidos con el pañal.
8. Mis piernas cuando estoy embarazada. Sólo entonces no se ven como dos palillitos y puedo usar unas sandalias Birkenstock sin que parezca que llevo zapatones de plataforma.
9. Los programas que repasan como era la televisión de mi infancia. Me recuerdan momentos casi olvidados, como las cenas en casa de mis abuelos mientras Carmen Sevilla daba el Telecupón. Ay, la ovejita.
10. Imaginarme dentro de unos cuantos años haciendo el Camino de Santiago con nuestros hijos.
11. El verso de Rafael Pérez Estrada: “Cree el ángel en su inocencia que hay hombres de la guarda.”
12. Mi marido y su capacidad para llevar a cabo ideas absurdas, como la de anotar todas las veces que se encuentra mis pinzas de las cejas por la casa para, alcanzadas las 100, tener vía libre para comprarse un Playmobil XXL.
13. La ropa de Meryl Streep interpretando a Karen Blixen en Memorias de África.
14. La atmósfera que crean las novelas en las que se invita a una taza de té a cualquier hora.
15. La Navidad, que en nuestra casa empieza en noviembre y acaba en febrero. Pienso en ella desde el verano.
miércoles, 25 de julio de 2018
Una mujer feliz
A la mujer de pelo liso que antes tenía el pelo rizado hace tiempo que le incomoda ser muy feliz sin poder exhibirlo. Ha aprendido no sabe cuándo ni sabe de quién a sentirse avergonzada de su felicidad. Por si a caso alguien la cree indigna, poco merecedora de su suerte y se ofende porque le parece que presume en momentos de crisis, duros para mucha gente. Lo cierto es que es verdad que ella ha hecho más bien poco para estar tan bien, su vida no ha sido dura, pero ¿tiene que vivir con culpa su fortuna? Eso le pone triste, pues además no sabe si la censura que se impone responde a un exceso de corrección o a falta de arrojo.
Aparentar que ella es una mujer con una vida normal que sólo responde "bien” cuando le preguntan cómo le van las cosas, la tiene cohibida. Ella querría decir: estoy estupenda, no sólo no me puedo quejar sinó que me abruma no ser capaz de apreciar todo lo bueno que me rodea. ¿Saben? Me encanta poder dar una vuelta en bicicleta con mis hijos y mi marido cuando llega de trabajar a las siete de la tarde. Él conduce y nosotros vamos sentados delante. Es una cargobike eléctrica. La llamamos la Risas porque es de la marca alemana Riese & Muller y porque nos lo pasamos muy bien con ella. Y ¿saben qué más? Cuido de 16 geranios repartidos por casi todas las ventanas de nuestra casa y sé que la gente admira que los tengamos tan lozanos, se lo han dicho en el pueblo a mi madre. Ella también contaría, si pudiera, que estuvo cuatro años esperando a tener hijos y que después de dos abortos tuvo que someterse a una in vitro, pero que ahora está de repente embarazada y espera su tercer hijo y aunque no es una niña, podrá llamarse Armand, y eso compensará que no se pueda llamar Nora o Fiona.
La mujer que es feliz a escondidas a veces usa Instagram para poner fotos de su chimenea, de su biblioteca, de sus niños en pañales, de sus fines de semana en caravana (con farolillos de colores en el toldo) y aunque inició el recorrido en esa red social para tener un historial de recuerdos para la posteridad (con tantos cambios de móvil y poco espacio en la tarjeta, tenerlos a buen recaudo en una nube le parece lo más sensato), ha aprendido a usarla también, como el resto de usuarios, para mostrar con orgullo un poco de su vida sin sentirse juzgada.
Y todo porque no trabaja. Casi todo el mundo se lo echa en cara pero a sus espaldas. ¿Me entienden? Piensan qué bien vive sin hacer nada y si ella dice que sí, la toman como una privilegiada de la que no hay nada que admirar, y si ella dice que no, y protesta y replica que cuida a sus gemelos que todavía no tienen ni dos años y que su casa está limpia y ordenada y planea menús sanos y nunca falta papel higiénico en el lavabo, entonces también le dicen que igualmente, no es lo mismo que ir al trabajo, con un horario y un jefe. Por eso en cualquier caso ella hace ver que llama por teléfono cuando le preguntan a qué te dedicas. No le gusta decirse ama de casa, querría poder responder: soy una escritora en paro. Quizás así se compadecieran de ella y ella pudiera, de igual a igual, decir humildemente pero con entusiasmo que sigue siendo muy feliz.
martes, 24 de julio de 2018
Cosas que me gustan II
A mi me gusta pasar la mano abierta por las superfícies lisas y llanas llenas de polvo, si son convexas ahueco la mano para acoger en la palma la mayor superfície y si la cosa en cuestión es demasiado pequeña me confirmo con deslizar un dedo, normalmente el índice, por todos los ángulos posibles. Luego suelo limpiarme restregando la mano polvorienta en el costado del pantalón, que como suele ser tejano disimula bien eso y las otras manchas que llevo a cuestas, éstas sí, involuntarias, provocadas por mis gemelos salvajes. Ahora bien, tarde o temprano me lavo las manos con jabón olor a coco y si los sucios objetos de deseo son míos, voy a por una balleta impregnada con multiusos para acabar de lustrar, por ejemplo, los libros de tapa dura expuestos en la biblioteca, las estanterías de madera, las cajas de cartón que guardan ropa en el armario, los figuritas de Playmobil que invaden nuestra casa, los bordes del zócalo y los marcos de cuadros, fotos y puertas. Para el suelo del porche del jardín me conformo con barrer levantando el polvo, me gusta verlo a trasluz, recogerlo luego en montoncitos y mirar la pala con satisfacción. Por eso también examino con placer el depósito de nuestra Roomba y me peleo con quien haga falta para limpiar el filtro de la secadora, que se llena de unas partículas que al arrastrarse se convierten en un algodoncito gris y suave.
Inventario lector X
Hace un par de días que acabé Hijos del Nilo de Aldekoa. Me ha gustado pero recuerdo con más emoción Océano África. Ahora llevo unos días un poco perdida sin acabar de seguir ninguno de los libros que he empezado (excepto el último sobre crianza que ya comenté). Sigo intentándolo. Hoy empiezo el curso de Escuela de Escritores, qué ilusión, regalo adelantado por mi 34 cumpleaños!
Una barriga de 27 semanas
En la barriga de la mujer embarazada hay un niño que se va a llamar Armand, sus otros dos hijos aún no lo saben y por eso se le acercan sin ningún cuidado a apretar el ombligo como si fuera el botón de un timbre. Llorenç además golpea otras partes del vientre como si llamara a una puerta, no sin razón debe pensar que el timbre está averiado, pues nadie sale de esa pelota rota que no bota y que su madre lleva a todas partes.
Lo que la mujer embarazada sospecha es que no sólo vive Armand dentro de esa barriga descomunal, de hecho está casi convencida de que alguno de todos los objetos perdidos del universo (si no más de uno y de dos) se oculta también dentro de su tripa, sólo así se explicaría que estando de 27 semanas y habiéndole asegurado su ginecóloga que no lleva otra vez mellizos, el tamaño esté a la par que estaba a estas alturas de su embarazo gemelar. En sus ratos de insomnio juega a averiguar qué podría estar haciéndole compañía a su niño Armand. Se palpa la barriga, toca una cabecita, un culito, un puñito y luego algo raro que no cuadra con ninguna extremidad de bebé y entonces empieza su catálogo: podrían ser unas gafas de sol azules de niño de dos años -como las que perdió en Cadaqués hace un mes-, o no, de repente se inclina por pensar que podría ser un estuche lleno de subrayadores que una estudiante de tercero de medicina perdió de camino a la biblioteca en pleno periodo de exámenes o, qué va, todo apunta a que es la pancarta de un hombre despistado que se equivocó de manifestación, sí. Y así sigue hasta que por fin se duerme y sueña con que el día del parto alumbrará un paraguas azul con topos amarillos.
Lo que la mujer embarazada sospecha es que no sólo vive Armand dentro de esa barriga descomunal, de hecho está casi convencida de que alguno de todos los objetos perdidos del universo (si no más de uno y de dos) se oculta también dentro de su tripa, sólo así se explicaría que estando de 27 semanas y habiéndole asegurado su ginecóloga que no lleva otra vez mellizos, el tamaño esté a la par que estaba a estas alturas de su embarazo gemelar. En sus ratos de insomnio juega a averiguar qué podría estar haciéndole compañía a su niño Armand. Se palpa la barriga, toca una cabecita, un culito, un puñito y luego algo raro que no cuadra con ninguna extremidad de bebé y entonces empieza su catálogo: podrían ser unas gafas de sol azules de niño de dos años -como las que perdió en Cadaqués hace un mes-, o no, de repente se inclina por pensar que podría ser un estuche lleno de subrayadores que una estudiante de tercero de medicina perdió de camino a la biblioteca en pleno periodo de exámenes o, qué va, todo apunta a que es la pancarta de un hombre despistado que se equivocó de manifestación, sí. Y así sigue hasta que por fin se duerme y sueña con que el día del parto alumbrará un paraguas azul con topos amarillos.
viernes, 20 de julio de 2018
Un solo deseo
Si a punto de la extinción humana, en pleno colapso planetario, con lluvia ácida en el barreño del que bebo, un genio se me apareciera y me concediera un deseo, seguiría pidiéndole lo mismo que ahora, con dos niños que se pelean por tocar un carrusel de campanas musicales, a una agradable temperatura de verano, con agua potable en el grifo (hace ya más de un año que no compramos garrafas): por favor, por favor, yo quisiera poder escribir mientras leo.
Inventario lector IX
Si dios no existe, el patrón de los bibliófilos debe ser su sustituto, porque ayer después de una intensa búsqueda de libros, tuve que renunciar al que había recomendado Almudena Grandes en la revista de La Casa del Llibre, Para morir iguales de Rafael Reig. Hoy me conecto otra vez a la biblioteca digital y ¿qué veo en la sección novedades? Pues sí, el libro que acaba de engrosar mi Kindle. Ayer también lo alimenté con: Cuentos completos de Roald Dahl, El orden del día de Eric Vuillard (recomendado por el propio Reig), Filek de Ignacio Martínez de Pisón (recomendado por Aramburu) y Un amor de Alejandro Palomas. Ahora voy a ver si tengo suerte con unas recomendaciones de Julio Basulto (que no son sobre alimentación) y con Hijos del ancho mundo de Abraham Verghese, que me acaba de recomendar Isabel Vázquez. Esta tarde compagino la lectura de Aldekoa con un libro sobre crianza Cómo hablar para que sus hijos le escuchen y como escuchar para que sus hijos le hablen de Adele Faber y Elaine Mazlish. A pesar del aire de autoayuda americano, tiene ideas muy buenas que de hecho sirven también para la comunicación entre adultos.
jueves, 19 de julio de 2018
Inventario lector VIII
Siete de la tarde. Mis niños se sumergen en la piscina municipal con su padre. Yo me sumerjo en el mundo de mi biblioteca. Hoy tengo que bucear en ebiblio para preparar el equipaje de papel de este verano. Voy casi por la mitad del de Aldekoa, muy duro. Ahora me acabo de descargar el de Mikel Ayestarán Oriente Medio, Oriente roto. Voy a por unas recomendaciones que he visto en la revista de La Casa del Llibre que hacen algunos escritores y os cuento en breve.
miércoles, 18 de julio de 2018
Inventario lector VII
Me he quedado enganchada en África. Empiezo Hijos del Nilo de Xavier Aldekoa. Me rodea también la segunda parte de la autobiografía de Richard Dawkins y José Luís Sampedro. La escritura necesaria de Gloria Palacios.
martes, 17 de julio de 2018
Inventario lector VI
He acabado ahora mismo Los guardianes del lago. Diario de un arqueólogo en la tierra de los maasai de Jordi Serrallonga. Ha sido una lectura fascinante y aunque no del todo, me he quitado a medias la espinita de no haber hecho todavía un safari con Jordi, porque ha sabido transportarme con sus palabras. Ha sido como leer un Memorias de África científico y moderno pero con la misma magia que emana de las aventuras vividas cerca del lago Natron. Ha sido apasionante, de verdad. Voy a ver qué otra historia me espera ahora. La siesta de mis niños está a punto de acabar...
Cosas que me gustan I
A mi me gusta estirarme en la alfombra de mi biblioteca y repasar con la vista todos los libros que me rodean. Están puestos por colores en estanterías de no más de 60 centímetros de alto. Cuando los ojos no son suficientes, las manos me alcanzan a sacar alguno de su nicho para resucitarlos en mi regazo, leyendo en voz alta alguna frase al azar. Luego me cuesta mucho devolverlos a su sitio, vivitos como se sienten después del aire fresco que se ha colado entre las páginas. Se revuelven de arriba abajo, los de tapa dura se atreven a chocar portada y contraportada, los que llevan punto de libro incorporado fustigan su tira de tela contra mi palma, los de bolsillo tratan de meterse en mis pantalones (pero como ahora son de premamá y la barriga de seis meses ya abulta, apenas queda espacio). Tras mucho esfuerzo los cierro prometiéndoles que los recomendaré a mis amigos.
Desde donde escribo tengo delante los de lomo blanco, amarillo, naranja, rojo y verde. Detrás de mi están los negros, grises, azules y el resto de verdes, que se juntan con los otros de su mismo color en la esquina. Cuando la gente viene me pregunta si me los he leído todos. Esperan que les diga que sí y yo digo sí pero. Pero hay muchos que no, y esos son los mejores. Son los que convierten mi biblioteca en una librería de viejo, en la que hay que buscar pacientemente hasta encontrar un tesoro inadvertido durante años, pues aunque yo crea que llevo al día el catálogo de todos mis ejemplares, siempre me encuentro con alguna grata sorpresa, que preserva un tiempo más el presupuesto para las letras. Tanto he tirado de mi propio excedente libresco que he ahorrado para un curso de escritura. Qué emoción.
martes, 10 de julio de 2018
El Apocalipsis ha empezado
Nieva o del cielo caen alas de ángel que se estrellan contra el suelo. Con ellas los niños forman bolas con sus manos patosas, y sin ningún miramiento, les hincan las uñas negras de roña. A punto de ser lanzadas contra otros chiflados, las alas ya sólo parecen albóndigas caseras de carne de oso polar putrefacta. Los niños aún más desquiciados hacen muñecos: los apéndices de los ángeles están rotos, aplastados y hundidos modelando todos los miembros del rollizo y gélido Frankenstein, que tiene alas de arcángel en la mejilla, de querubín en la nuca y de serafín en la tripa. No me extrañaría que algún ángel de la guarda hubiera perdido su ingravidez en esta tormenta de plumas y hasta puede que en estos momentos esté arrastrándose dolorido detrás del hombre a quien custodia y a quien no le deseo muchos peligros disponiendo desde ahora mismo de tal guardaespaldas mutilado.
Nieva o Dios ha enviado un ejército de ángeles bomba. Nieva o miles de Luciferes se han caído del firmamento. Nieva o hay una masacre celestial al borde de un cumulonimbo.
Me quito un copo del pelo. Mi iPhone dice que no está nevando. Voy corriendo a lavarme las manos.
lunes, 9 de julio de 2018
Inventario lector V
Ayer acabé una biografía de Wallace, Wallace, el explorador de la evolución por José Fonfría Díaz. Lo compré en Reread. Súper interesante, me ha encantado saber algo más del coautor de la teoría de la evolución. Como me he quedado con ganas de aventuras antropológicas voy a seguir con Los guardianes del lago. Diario de un arqueólogo en la tierra de los maasai de Jordi Serrallonga. Paralelamente voy a repasar Más vegetales, menos animales de Julio Basulto y Juanjo Cáceres, que tengo que empezar a preparar una charla para el año que viene que me hace muuuucha ilusión!
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