martes, 17 de julio de 2018

Cosas que me gustan I

A mi me gusta estirarme en la alfombra de mi biblioteca y repasar con la vista todos los libros que me rodean. Están puestos por colores en estanterías de no más de 60 centímetros de alto. Cuando los ojos no son suficientes, las manos me alcanzan a sacar alguno de su nicho para resucitarlos en mi regazo, leyendo en voz alta alguna frase al azar. Luego me cuesta mucho devolverlos a su sitio, vivitos como se sienten después del aire fresco que se ha colado entre las páginas. Se revuelven de arriba abajo, los de tapa dura se atreven a chocar portada y contraportada, los que llevan punto de libro incorporado fustigan su tira de tela contra mi palma, los de bolsillo tratan de meterse en mis pantalones (pero como ahora son de premamá y la barriga de seis meses ya abulta, apenas queda espacio). Tras mucho esfuerzo los cierro prometiéndoles que los recomendaré a mis amigos. 

Desde donde escribo tengo delante los de lomo blanco, amarillo, naranja, rojo y verde. Detrás de mi están los negros, grises, azules y el resto de verdes, que se juntan con los otros de su mismo color en la esquina. Cuando la gente viene me pregunta si me los he leído todos. Esperan que les diga que sí y yo digo sí pero. Pero hay muchos que no, y esos son los mejores. Son los que convierten mi biblioteca en una librería de viejo, en la que hay que buscar pacientemente hasta encontrar un tesoro inadvertido durante años, pues aunque yo crea que llevo al día el catálogo de todos mis ejemplares, siempre me encuentro con alguna grata sorpresa, que preserva un tiempo más el presupuesto para las letras. Tanto he tirado de mi propio excedente libresco que he ahorrado para un curso de escritura. Qué emoción.