A mi me gusta pasar la mano abierta por las superfícies lisas y llanas llenas de polvo, si son convexas ahueco la mano para acoger en la palma la mayor superfície y si la cosa en cuestión es demasiado pequeña me confirmo con deslizar un dedo, normalmente el índice, por todos los ángulos posibles. Luego suelo limpiarme restregando la mano polvorienta en el costado del pantalón, que como suele ser tejano disimula bien eso y las otras manchas que llevo a cuestas, éstas sí, involuntarias, provocadas por mis gemelos salvajes. Ahora bien, tarde o temprano me lavo las manos con jabón olor a coco y si los sucios objetos de deseo son míos, voy a por una balleta impregnada con multiusos para acabar de lustrar, por ejemplo, los libros de tapa dura expuestos en la biblioteca, las estanterías de madera, las cajas de cartón que guardan ropa en el armario, los figuritas de Playmobil que invaden nuestra casa, los bordes del zócalo y los marcos de cuadros, fotos y puertas. Para el suelo del porche del jardín me conformo con barrer levantando el polvo, me gusta verlo a trasluz, recogerlo luego en montoncitos y mirar la pala con satisfacción. Por eso también examino con placer el depósito de nuestra Roomba y me peleo con quien haga falta para limpiar el filtro de la secadora, que se llena de unas partículas que al arrastrarse se convierten en un algodoncito gris y suave.