martes, 11 de septiembre de 2007

C de Castigo


Él me quería
cada tres semanas
y yo me conformaba
con tan programado amor.
Cuando llegaba el día
de volver a estar enamorado
me besaba en los párpados
antes que en los labios.
Mi única preocupación consistía
en complacerlo de tal modo
que cada vez pudiera ser más corta
la frecuencia de sus abrazos.
Pero llegaba siempre
el inevitable momento
de la despedida,
y estaba ya tan acostumbrada
a decir adiós con la mano,
a llorar disimuladamente
que paulatinamente he aprendido
a llorar tan poco
que me basta un sólo ojo,
que ya no se si es un premio
o un castigo
saber que dentro de tres semanas
volverás a quererme.

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