Si bien el hombre tiende por naturaleza al conocimiento - o así lo quería creer Aristóteles - no es tan fácil concluir que el conocimiento que obtiene sea ciertamente válido. Posiblemente hay quien diría que es osado calificar el ser humano de homo sapiens cuando lo único que realmente sabe es que no sabe mucho, y algunos ni tan siquiera eso. Conocer implica poder justificar la veracidad de los conocimientos, ya sea a través de un razonamiento o de una evidencia, de otro modo estaríamos hablando sólo de opinar. Así, el conocimiento está inherentemente vinculado a la verdad. Dos posiciones alrededor de esta cuestión nos invitan a ser optimistas, minimizando las críticas del escepticismo: el fundamentismo (concepción dura de la verdad) y el coherentismo (concepción blanda).
En primer lugar, el fundamentismo defiende que es posible encontrar un fundamento al conocimiento cierto y evidente por si mismo. Considera, por lo tanto, que la realidad puede ser descrita y reconstruida racionalmente dado que existen puntos de partida objetivos y universales que nos permiten hacerlo. Si conseguimos dar con estos axiomas - que actúan como base del edificio de la razón - podremos estar seguros de que los pisos posteriores de conocimiento resistirán los embistes del tiempo y las dudas. El principal exponente del fundamentismo es Descartes, que con su teoría del cogito sienta las bases del método y la escrupulosidad de las definiciones. En este sentido, el innatismo cartesiano da cuenta de algunas ideas que actúan como proposiciones incuestionables - y que no pueden ser negadas sin caer en contradicción - entre ellas la idea de Dios, la lógica y su ya mencionado cogito existencial. El sentido común es otra de las formas que toma el fundamentismo, ya que para sus partidarios las creencias sobre datos sensibles son autoevidentes. En conclusión, la posición fundamentista cree que la razón enraiza de alguna forma en la realidad, una forma que, además, resulta cognoscible por los seres humanos.
A continuación comentaremos algunas de las críticas que ha recibido el fundamentismo: el empirismo y la crítica kantiana. Conviene matizar que la crítica empirista desaprueba no la razón como fundamento del conocimiento humano - punto sobre el cual están de acuerdo - sino la posibilidad de fundamentarla: mientras que el axioma básico del racionalismo es de tipo mental, el del empirismo es profundamente factual: considera que todo conocimiento significativo proviene del mundo sensible. Alrededor de estas posiciones podemos satelizar a Kant, que considera el problema del conocimiento no desde el objeto, sino des del sujeto. Así, elaborará una teoría en la que tienen cabida aspectos cartesianos - hay ciertas ideas innatas - y empiristas - estas ideas no sirven si no se aplican desde la percepción sensible dentro de unas coordenadas espacio-temporales. De tal forma, el proyecto kantiano descarta el conocimiento nouménico (ideas puras) al margen de la sensibilidad, dado que están fuera de nuestras capacidades cognoscitivas. Ahora bien, la crítica kantiana se verá a su vez violentada por la fenomenología y la hermenéutica. Los fenomenólogos, al contrario que Kant, defienden que las cosas no son exactamente com la consciencia querría hacerlas, sino que para captarlas hace falta que pasemos por encima de nuestras interpretaciones y prejuicios. La hermenéutica afirma que toda experiencia fenomenológica implica interpretaciones histórica y lingüísticamente condicionadas. De este modo, comprender un hecho no es más que interpretarlo aceptando que la dimensión de las cosas no se encuentra nunca pura y perfecta sino sujeta a una narratividad.
En segundo lugar, el coherentismo rechaza tanto la fundamentación del conocimiento como la concepción jerárquica epistémica de las proposiciones. Así, el coherentismo, en vez de implicar una concepción arquitectónica de la realidad, juega con la idea de red o retícula en la cual los elementos se conectan los unos con los otros de manera que no podemos hablar de creencias individuales sino de creencias que forman parte de un conjunto o sistema. Esta posición defiende la coherencia de los argumentos, no en un concepto unívoco y sustancial de la verdad, sino en la no-contradicción de los elementos del sistema. Estamos delante de una realidad evolutiva o dialéctica que permite que una verdad en un momento dado pueda no serlo en otro. Hegel, pero también Marx, son representantes del coherentismo. Esta posición también presenta dificultades, sobretodo la que se deriva de justificar la consistencia de un sistema: que no haya contradicciones entre proposiciones no implica que unas puedan derivarse de las otras.
Hasta ahora no hemos tenido en cuenta que el conocimiento está íntimamente ligado con la percepción que el cerebro humano nos proporciona. Por lo que las aportaciones de la neurociencia pueden matizar los conceptos hasta ahora tratados, a la vez que describen el papel de la memoria, el significado, el razonamiento y el lenguaje y sus relaciones con el conocimiento.
Aunque el papel del cerebro ha estado más o menos presente a lo largo de la historia, es sólo desde hace unos cien años que se toma seriamente; a grandes rasgos, existen dos posiciones en torno a la relación entre la epistemología y el cerebro. Por una banda la que dice que es imprescindible saber como funciona el cerebro para desarrollar una teoría del conocimiento (naturalistas) dado que conciben el conocimiento como el producto de un sistema material (esta cuestión entronca con el problema mente-cerebro) y por otra banda, la que defiende (racionalistas) que, al menos, puede ser útil.
En relación con la crítica empirista antes mencionada, conviene hacer alusión a la percepción, dado que según éstos, es a través de los sentidos cómo conocemos el mundo. Primeramente, hace falta descartar el dogma de la inmaculada percepción - tesis defendida por los empiristas radicales que consideran que los sentidos transmiten la información al cerebro a través de un proceso pasivo. Actualmente se sabe que nuestra percepción de la realidad es más un proceso constructivo que representativo. Si bien es cierto que hay cierta predisposición innata que parecería dar la razón a los racionalistas, no podemos olvidar que la percepción también depende de la experiencia o de nuestro pasado perceptivo. Consecuentemente, no podemos hablar de unidireccionalidad en la percepción debido a que existe un juego dinámico entre la cognición y la sensibilidad, pero también - estudios recientes así lo sugieren - entre los estímulos emocionales, así como entre los sistemas de creencias que afectan los procesos perceptivos.
Así mismo, conviene decir que la naturaleza del conocimiento depende en gran medida de los mecanismos de nuestra memoria, es decir, que el conocimiento que obtenemos de los datos no es un simple acto por el cual accedemos a ellos, sino que representa un proceso constructivo modulado por nuestra experiencia y por la manera en que hemos codificado la información anteriormente. De este modo, no sólo vemos el mundo “desde nuestro pasado” sino que las experiencias pasadas no se codifican en la memoria como si de un sistema de grabación transparente se tratara: son sobre todo un proceso selectivo en el cual la motivación a la hora de almacenarlas es decisiva.
El proceso de razonamiento también pone en duda las bases del fundamentismo dado que la descripción normativa, lógica y mecánica de la mente como una máquina que llega a conclusiones racionales a partir de unas premisas y de unas reglas de inferencia se ha visto amenazado por experimentos que demuestran que el razonamiento humano no es lógicamente omnisciente, ni infalibe - generalmente usamos reglas heurísticas - ni consistente o libre de contexto. En realidad, los mecanismos del cerebro humano combinan, en primer lugar, un sistema de razonamiento implícito - en el cual no interviene la consciencia, basado en ciertas predisposiciones de base genética y que combina tanto análisis cognoscitivas como emociones - y que es el mecanismo que bien podría emparentarse con el innatismo cartesiano ya que considera que existe un volumen de conocimientos heredados; en segundo lugar, poseemos un mecanismo explícito que es esencialmente humano, además del más moderno filogenéticamente hablando, y que depende del uso del lenguaje.
En el ámbito del lenguaje también encontramos batallas entre innatistas (racionalistas) y no innatistas (empiristas). El gran defensor del innatismo lingüístico es Noam Chomsky, que propone que todas las lenguas comparten una gramática codificada genéticamente en un conjunto de reglas abstractas que se desarrollan en nuestro organismo como si fuera un órgano más. Así, el lenguaje “crece” y no se aprende; lo único que hace el neonato es identificar la lengua particular de su entorno adaptándola a los parámetros fonéticos y léxicos del sistema. Al contrario, los no innatistas enfatizan la paridad del entorno y el genoma, es decir, la expresión de los genes (fenotipo) depende del conjunto de procesos complejos que integran un entorno.
Tan importante como la perspectiva neurocientífica es la perspectiva sociológica a la hora de abordar el conocimiento. Ya históricamente, la sociología nace como sociología del conocimiento a manos de Maquiavelo - que estudia la distribución del conocimiento des de una perspectiva clínica e inmoral - y de Rousseau, que elabora una teoría moralista y liberadora sobre las condiciones desiguales del acceso al conocimiento. Más adelante, Karl Marx y Friedrich Nietzsche, ambos maestros de la sospecha, se interesarán por el conocimiento como ideología insistiendo en la función interpretativa al servicio del poder. Posteriormente, Max Scheler - que utiliza por primera vez la expresión sociología del conocimiento -, Max Weber, Karl Mannheim y Alfred Schütz aportarán nuevas líneas de investigación que permitirán a Peter L. Berger y Tomas Luckmann establecer unos modelos que posibiliten estudiar la constitución de la sociedad como realidad objetiva, de una banda, y como realidad subjetiva de la otra. Veámoslo a continuación.
En cuanto al conocimiento, es obvio que posee una dimensión histórica vinculada con otros factores, como la organización social, el contexto político y el desarrollo económico y tecnológico. Así, no sólo a cada sociedad le corresponden diversas formas de conocimiento sino que, además, estos conocimientos construyen realidades sociales diferentes. En este sentido, la filosofía como tal nació en la Antigua Grecia y no en las islas Galápagos - a pesar de que Darwin quizás tuviera algo que objetar - no como una casualidad, sino como un producto de la realidad social griega. Igualmente, la sociedad es una entidad que al tiempo que crea conocimiento, inventa una realidad - de carácter implícito y dada por descontado. Ahora bien, el individuo es, como miembro de una colectividad, el productor de esta realidad social, aunque después se olvide y piense en ella como una institución con carácter ontológico propio. De esta manera, acaba convenciéndose - a través de diversos mecanismos como el consenso social, la coerción, la rutinización o la interiorización de modelos sociales - de que el mundo en el que vive es el único real y posible, y de hecho así lo experimenta, pues como dice William I. Thomas, “aquello que es considerado como real, es real en sus consecuencias”. En este sentido, el fundamentismo peligra en su vertiente más universal, si tenemos en cuenta que los fundamentos de la verdad en la misma realidad varían, por fuerza, a lo largo de las diversas sociedades. Una vez constatamos este hecho, la manera de acercarnos al conocimiento puede resultar ciertamente relativista, lo cual no deja de restarle valor a nuestra aproximación si descartamos ir en pos del conocimiento verdadero, en el sentido más literal del término. En consecuencia, esta visión encajaría más con el coherentismo que con el fundamentismo, ya que como hemos dicho anteriormente, el coherentismo permite una concepción más laxa de la verdad.
El papel del lenguaje es también, desde la sociología, fundamentado por la construcción social de la realidad y su traducción en conocimiento; éste estabiliza la subjetividad de los individuos al tiempo que impone categorías de pensamiento (de esto hablan George Lakoff y Mark Johnson en su obra Metáforas de la vida cotidiana) y establece taxonomías que clasifican las experiencias universalizándolas. Así, el lenguaje es la institución social principal de la que se abastecen las otras.
En definitiva, a lo largo de este ensayo hemos visto que el problema del conocimiento se puede abordar desde diferentes vertientes, y hace falta tenerlas todas en cuenta si queremos llegar a una conclusión más o menos coherente e integradora. Ahora bien, la relación del conocimiento con la verdad siempre será conflictiva, sobretodo cuando nos damos cuenta de que la verdad es más una categoría atribuida por el hombre que una cualidad inherente a los hechos. Dice Richard Gregory que el cerebro humano no ha estado diseñado para buscar la verdad, sino para sobrevivir. Discrepo. Sin duda el cerebro humano busca la verdad desesperadamente, para lo que a lo mejor no ha estado diseñado es para encontrarla.