Escucharon la sonata número 9 en La mayor para violín y piano op.47 de Beethoven tres veces. Era lo único que contenía el CD. Mientras, pasaban las hojas del libro. Era una edición antigua, había frases subrayadas, pero nada más. Bruno decidió buscar en la agenda de su teléfono a Mauricio. No encontró a nadie que se llamara o apellidara así. Tampoco Julia recordaba haber conocido a nadie con ese nombre. Y ¿Biakpa? ¿Dónde estaba eso? Con la frase en ruso tuvieron más suerte, parecía que conformaba el argumento de la novela.
Lo peor era el billete. Tanto Julia como Bruno les tenían pánico a los trenes. Podría decirse que la fobia común les unía más que sus aficiones. Lo más lógico es que se hubieran conocido en un grupo de apoyo para afectados por siderodromofobia. ¿De qué otra manera podrían coincidir dos personas con una aversión tan rara? Pues en una conferencia sobre Freud, que también la padecía. Pero el ponente no contó nada sobre la siderodromafobia, se extendió sobre los sueños de Freud y la más que probable reencarnación de éste en Salvador Dalí. Bruno y Julia salieron decepcionados. Tardarían todavía algunos meses en descubrir que ambos habían ido a la conferencia por el mismo motivo. El día que lo hicieron, también se prometieron.
Como terapia, el matrimonio Iguarán leía todas las novelas de Agatha Christie ambientadas en vagones de tren. Asesinato en el Orient Express era su favorita. El billete tenía una fecha y una hora impresa: 13 de octubre a las 13 horas. Por suerte, no eran supersticiosos. El destino: Biakpa. Buscaron en un atlas sin éxito. Julia se había dado cuenta de inmediato, sólo había un billete y estaba a su nombre, y a pesar de su fobia también sabía que acabaría cogiendo el tren el domingo. Había esperado toda su vida ese paquete, cuando ya de pequeña soñaba con recibir alguna carta misteriosa como las que recibía Sofía Amundsen de Alberto Knox. Le costó convencer a su marido. A Bruno le costó fingir que quería acompañarla.
Los días previos al viaje pasaron muy rápido. Julia hizo la maleta tres veces: en el primer intento puso demasiada ropa de invierno, el segundo, de verano. Finalmente acabó haciendo la maleta típica de los fines de semana en Cadaqués: poca ropa, muchos libros, un cuaderno y el neceser sin peine ni champú que olvidaba siempre. Allí donde iba no los necesitaría, pero de eso se daría cuenta mucho más adelante.
Lo peor era el billete. Tanto Julia como Bruno les tenían pánico a los trenes. Podría decirse que la fobia común les unía más que sus aficiones. Lo más lógico es que se hubieran conocido en un grupo de apoyo para afectados por siderodromofobia. ¿De qué otra manera podrían coincidir dos personas con una aversión tan rara? Pues en una conferencia sobre Freud, que también la padecía. Pero el ponente no contó nada sobre la siderodromafobia, se extendió sobre los sueños de Freud y la más que probable reencarnación de éste en Salvador Dalí. Bruno y Julia salieron decepcionados. Tardarían todavía algunos meses en descubrir que ambos habían ido a la conferencia por el mismo motivo. El día que lo hicieron, también se prometieron.
Como terapia, el matrimonio Iguarán leía todas las novelas de Agatha Christie ambientadas en vagones de tren. Asesinato en el Orient Express era su favorita. El billete tenía una fecha y una hora impresa: 13 de octubre a las 13 horas. Por suerte, no eran supersticiosos. El destino: Biakpa. Buscaron en un atlas sin éxito. Julia se había dado cuenta de inmediato, sólo había un billete y estaba a su nombre, y a pesar de su fobia también sabía que acabaría cogiendo el tren el domingo. Había esperado toda su vida ese paquete, cuando ya de pequeña soñaba con recibir alguna carta misteriosa como las que recibía Sofía Amundsen de Alberto Knox. Le costó convencer a su marido. A Bruno le costó fingir que quería acompañarla.
Los días previos al viaje pasaron muy rápido. Julia hizo la maleta tres veces: en el primer intento puso demasiada ropa de invierno, el segundo, de verano. Finalmente acabó haciendo la maleta típica de los fines de semana en Cadaqués: poca ropa, muchos libros, un cuaderno y el neceser sin peine ni champú que olvidaba siempre. Allí donde iba no los necesitaría, pero de eso se daría cuenta mucho más adelante.
Ejercicio de escritura: ¿Quién tiene miedo?