jueves, 10 de octubre de 2013

Mamá, quiero ser antropóloga

Leo en un artículo sobre antropología médica que “en la intención de volvernos civilizados nos hemos deshumanizado al grado de no saber el sentido de nuestra existencia”. Es más, unos párrafos más adelante, se llega a decir que hasta ahora la deshumanización ha sido la pauta del desarrollo humano. Por suerte, los autores también creen que nuestro destino en la versión más amplia y radical pasa necesariamente por cambiar la dirección que estábamos tomando. En este punto se añade la importancia del humanismo a profesiones sanitarias (diría a científico-técnicas en general) para que no se olvide la labor social del médico. Yo ya intuía cuando empecé a estudiar Humanidades que la carrera servía efectivamente para algo, aunque en su momento no sabía justificar exactamente para qué. Y eso que tuve numerosas oportunidades para ensayar la respuesta, de tantas veces que me habían advertido de lo inútil de este tipo de carreras. Ahora que voy a estudiar Antropología temo, todavía más, discursos semejantes, y a pesar de que estoy un poco más preparada para contra-argumentar que hace unos años, no creo que la gente se contente con saber que esta carrera es el Gran Premio de la Fórmula 1 de las universidades. No en vano, es la que estudiando al hombre en toda su dimensión, permite comprender la existencia misma de sistemas educativos y hasta del concepto de conocimiento y, por ende, de verdad.

Mucho se ha escrito sobre si existe realmente la verdad o si, al contrario, es simplemente una clasificación útil, una categoría atribuida por los hombres, no unívoca e inherente a la realidad como, por otra banda, se nos ha hecho creer. Afortunadamente, diría yo, porque entrar a investigarnos como objetos de pensamiento nos aboca irremediablemente a un viaje con muchos peligros: el más probable de los cuales consiste en desarrollar un trastorno esquizoide que al tiempo que nos libera de los cimientos de cartón-piedra sobre los que habíamos construido nuestras vidas, también nos disocia de nuestra sociedad y cultura dejándonos un poco huérfanos, porqué no decirlo.

Por suerte siempre existen padres adoptivos que nos dispensan del peso de temas tan trascendentales. Hasta ahora Walter White, el Luisma y a ratos yo misma y los personajes que me invento, me habían apartado de caer en el agujero negro en el que entro a veces, cuando le doy demasiada importancia a las cosas y me pongo seria, solemne y hasta severa; cuando me pongo tan insoportable que hasta las desternillantes bromas de mi marido me molestan. Espero que la Antropología también me cure de esto cuando me descubra que lo más inteligente que se puede hacer en esta vida es reírse de ella. Y como yo graciosa sólo soy cuando bailo, les dejo con algo de Marx para que empiecen: “Fuera del perro el libro es el mejor amigo del hombre. Dentro del perro, quizá esté muy oscuro para leer”

Artículo publicado en el Diario de Terrassa el 10 de octubre de 2013