Hoy me he encontrado a uno de los personajes de mis historias en el Café Caracas. Al principio no lo he reconocido, no es tan habitual que un hombre surgido de la imaginación se corporeice en tu misma ciudad, todavía menos que vaya a tomar un bocadillo en la cafetería que frecuentas cuando en casa no queda nada para desayunar. Por eso no ha sido hasta pasado el rato, cuando desgraciadamente él ya no estaba para poder presentarme, que he caído en la cuenta: su risa permanente, su voz fuerte y gangosa y sus movimientos torpes no eran debidos al alcoholismo. ¡Si ni tan siquiera se había pedido una caña! El porte estrafalario y el aspecto de pobre me hubieran engañado si no fuera porque al pagar su café con leche y su bocadillo grande ¡ha dejado propina! Casi salgo corriendo a buscarle para pedirle disculpas: he mordido el anzuelo de los prejuicios, y mientras lo tenía a mi lado, confieso que lo miraba asqueada, más aún cuando el tropezón que ha tenido con la silla lo ha llevado a acercarse peligrosamente hasta mi bolso, que he agarrado fuerte mientras en mi interior lo tachaba también de ladrón frustrado. Me he pasado el día pensando en ello, cómo he podido ser tan descuidada. Yo misma escribí que Nicas se comportaba así y que sólo los imbéciles y los amargados confundían la exhibición de su felicidad con el uso de estupefacientes.
Vosotros pronto conoceréis a Nicas, no os preocupéis, os lo presentaré en breve.
Vosotros pronto conoceréis a Nicas, no os preocupéis, os lo presentaré en breve.