Hay monstruos tristes: dan tanta pena que no dan ni pizca de miedo. Los olivos-caniche, por ejemplo. Suena a Frankenstein vegeto-animal y se ven peor que el nombre que les he puesto, porque ¿a quién en su sano juicio se le ocurre avergonzar a un árbol centenario de tronco arrugado, grisáceo, robusto, con peluquines de hojas recortadas cual pelo de poodle (al estilo león) preparadito para una exhibición canina? Los miro y siento vergüenza ajena. Pensarán sus dueños que así de acicalados sus olivos tienen más solera, pero a mi sólo se me asemejan a gigantes jibarizados que ni son los graciosos enanos de Blancanieves, ni los alegres gnomos del bosque en el que vive David, ni los afables medianos de la Comarca de Tolkien. Sólo parecen colosos humillados, como los animales de zoo o de circo.
Afrentar así a estos símbolos vivos del Mediterráneo (que fueron consagrados, ni más ni menos que a Minerva), las ramas de los cuales sirvieron para coronar a los primeros atletas olímpicos es un insulto mayúsculo. Tanto es así que estos árboles, legendariamente mansos, están tramando una venganza digna de la deshonra a la que los han sometido. Nunca más las palomas de la paz llevaran sus ramitas en el pico. El escarmiento de los olivos va a ser cruel, según me han dicho los cipreses (que las tapias de piedra serán sordas y mudas, pero las vallas vegetales son unas chismosas). Cuentan que hasta pudieran ejecutar su plan antes del fin de semana y tiene lógica: yo creo que nos van a dejar sin aceitunas para el vermut de los domingos.
Eso, para empezar. Que luego nos quitarán el aceite para freír patatas con pimiento verde y mojar pan con chocolate y ahí sí, ahí nos van a matar. ¡Dejad a los olivos en paz, hombres y mujeres amantes de la jardinería ornamental esperpéntica! Disfrutad vuestra pasión por lo artificioso en solitario, sin poner al resto de la sociedad en riesgo: compraos una planta de plástico (y de interior).
Fuente: http://www.iber-plant.com/pagina.asp?id=106&i=en |