Recuerdo que cuando a los siete años supe que el número uno en ingles era one, pronunciado "guan", me fascinó sobremanera haberlo estado diciendo sin querer cada vez que pronunciaba la palabra guante. Abría el cajón de la mesilla de noche (no recuerdo si el primero, el segundo o el tercero ¿tenía tercer cajón esa mesilla?), cogía los guantes, los manoseaba y decía en voz alta, guan, guan-te, como si acabara de descubrir un gran secreto. En los guantes españoles se guarda el uno inglés, qué curioso. ¿Qué otras más palabras extranjeras sé ya, sin saberlo? pensaba. ¿Qué mensajes en chino, swahili, alemán, finés o balleno estoy emitiendo cuando hablo en castellano? ¿Y cuando hablo en catalán? ¿Serán los mismos, distintos o son, precisamente, completamente opuestos? Desde luego, eso explicaría muchas cosas.
Creo que mis disquisiciones filosófico-lingüísticas acababan ahí, sentada en el suelo con mis guantes de lana en las manos, absorta en el uno oculto entre sus cinco dedos de tela.
Creo que mis disquisiciones filosófico-lingüísticas acababan ahí, sentada en el suelo con mis guantes de lana en las manos, absorta en el uno oculto entre sus cinco dedos de tela.