martes, 30 de enero de 2018

El hombre de las bicicletas

En casa del hombre de las bicicletas no había un sólo autobús. Ni uno, en serio. Buscabas y rebuscabas por las habitaciones y ni tan siquiera encontrabas de esos pequeños que parecen furgonetas. Pero lo que era aún más curioso es que en casa del hombre de las bicicletas tampoco hubiera ninguna bicicleta. Ni de paseo, ni de carretera, ni de montaña, ni plegable, ni eléctrica. Ni una triste bicicleta estática, ni un triciclo infantil de plástico descolorido, ni un tándem con la cadena oxidada. El cómputo total de bicicletas en la casa del hombre del mismo nombre, era exactamente cero. Ni cero coma uno ni cero coma siete. Cero patatero, como decía José María Aznar cuando lo que supuestamente quería decir era cero pelotero, porque desde luego que hay patatas con forma de cero, pero también con forma de cinco y todo el mundo sabe que esas y (las tan escasas con forma de veintiocho) son las que fritas quedan mejores.

El hombre de las bicicletas tenía la casa llena de tanques, eso es. Tanques militares, pesados vehículos blindados de combate aquí y allá, era imposible no tropezarte con alguno de ellos. Los había de la Primera Guerra Mundial (Marks I, Renaults FT, Marks V, Sturmpanzerwagens A7V) y de la Segunda Guerra Mundial (T-34-85 soviéticos, Panzers VI tigers alemanes, M4 Shermans americanos). Los había nuevos y los había usados.


¿Qué le pasó al hombre de los velocípedos para acabar rodeado de tanta máquina de guerra? Una sombría predisposición familiar lo inclinaba hacia la logística bélica. ¿Y por qué su nombre se prestaba a tanta confusión? Algo muy patético para el pobre, una humillación tremebunda: se equivocaron los burócratas de mote cuando se hizo el primer DNI. Lleva más de cincuenta y tres años tratando de convencer a los funcionarios en vano.