lunes, 29 de enero de 2018

Medir bien las palabras

Hay que medir bien las palabras. Pensarlas bien antes de decirlas, que luego no nos caben en la boca y parecemos hámsters comiendo a dos carrillos. Yo cuando tengo que decir estratosférico lo hago en tres tiempos: estra, tos, férico, pues de otro modo me atraganto con tanta letra entre la lengua, el paladar y los dientes (teniendo como tengo las cuatro muelas del juicio). Yo no sé como a la gente le cabe esa palabra sin que la saliva se les derrame o se le salgan las vocales por la nariz, como cuando te cuentan un chiste mientras te tomas un café con leche de soja. 

Me ejercito con palabras menos complicadas: hipopótamo, maravilloso, planisferio, hojalata. Las digo mucho. Los que me conocen lo saben porque cuando me saludan y me preguntan qué tal estoy, les respondo muy bien, hojalata. Con el frutero, al que ya le tengo confianza, también practico: un quilo de manzanas fuji, planisferio, que hoy tiene muy caros los mangos. A mi marido lo llamo el maravilloso hipopótamo y así, en una solo enunciado bien cargado, me pongo a prueba. 


A mis niños, que justo empiezan ahora a hablar, les estoy haciendo un curso acelarado para que de mayores ninguna palabra les quede grande. Ejercicios bucales por la mañana: comerse una clementina de un solo mordisco y ejercicios verbales por la tarde: recitación sin signos de puntuación de poemas de Gloria Fuertes. Soy muy intransigente con los fallos, no hay comas que valgan. Lo hago por su bien, para que cuando sean adultos nada les impida ser electroencefalografistas.