Ella los llamaba mi gordo-frito y mi flaco-hervido. Martín solía ser el frito y Lorenzo el hervido, aunque no era una regla inmutable, a veces Lorenzo era el gordo y Martín el flaco y ella entonces buscaba al feo-glaseado por la casa pero no lo encontraba. Por supuesto ni Martín ni Lorenzo estaban gordos, fritos o hervidos, aunque sí un poco flacos para los estándares de pediatras obesófilos. Miren qué jamoncitos tienen, les decía ella a los pediatras rechonchófilos, para a continuación enseñarle los muslitos de sus niños al desnudo, con su carne pellizcable y que efectivamente pellizcaba desde la rodilla hasta el culete. Los pediatras rollizófilos asentían con la cabeza diciendo sísísí todo junto y muy rápido para echarla de la consulta cuanto antes y pedir una orden de alejamiento.