martes, 23 de enero de 2018

Montoncitos

Ella les decía te quiero montoncitos. Lo susurraba en la oreja derecha al mellizo Martín y en la izquierda al mellizo Lorenzo. Cada noche mientras dormían a su lado, ella hecha un bocadillo de pan de niños: os quiero montoncitos, decía flojito para no despertarlos, y si se atrevía a tentar más aún a Morfeo hasta les daba un beso. 

Ella siempre se dormía pensando en los montoncitos. Se los imaginaba lo suficientemente pequeños para que no fueran montones, aunque no tan escasos como los excrementos de un chihuahua, más bien como las caquitas de un West Hihgland Terrier de profesión inventor. En la cabeza de la afectuosa madre las boñigas de amor flotaban como nubes. Que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva, la oía cantar su marido antes de caer rendida, prudentemente cubierta hasta las cejas por el edredón.