Al niño que vive en un nido le huele el aliento a marisco. Gamba congelada de pizza de marca blanca. Eso parece. Los mocos transparentes que le llegan hasta el arco de cupido no mejoran el aspecto del niño-pájaro. Al menos el pañal está limpio y no hay restos secos de comida enganchados en el pelo. Al niño que vive en un nido le gustaría ser un bebé normal, pero no puede. Porque tiene una madre escritora y un padre que de grande quiere ser bombero y un hermano gemelo diferente. Por eso.