Mi hijo tiene los bolsillos llenos de dinosaurios. Si se descuida le muerden. Ya ha perdido la primera falange del pulgar derecho y tiene la yema del anular izquierdo en carne viva, según él porque al Velociraptor le gusta hurgar en esa huella dactilar especialmente. Suerte que el bueno del Diplodocus le lame luego el estropicio con su enorme lengua blandita.
Mi hijo tiene los bolsillos llenos de dinosaurios desde su segundo cumpleaños, cuando le llovieron los animales extintos de la piñata. La mayoría aún lleva confeti adherido a sus espaldas y tiene heridas de bala de minipistolas de agua (pero no me preocupa demasiado porque con este sol de verano se curarán rápido). El Triceratops rosa está urdiendo su plan de fuga, ha perforado en un par de cabezazos el forro con el cuerno del hocico, el problema es que los dos cuernos de la frente se han topado con la celulosa del pañal y ahora temo por las pérdidas de orina.
Mi hijo tiene los bolsillos llenos de dinosaurios del Triásico, del Jurásico y del Cretácico. Conviven en ese diminuto trozo de tela oscuro desafiando los 160 millones de años que separaron a algunos. Toda la fauna del Mesozoico cabe en la palma de la mano de mi niño. Excepto cuando la abre y los pterosaurios intentan salir volando. Algunos lo consiguen. Hoy me he encontrado a un Eudimorphodon en el alféizar de la ventana del lavabo y a un ictiosaurio en la piscina. “Mantén en su sitio a tus mascotas o nos van a denunciar”, le he dicho luego al crío.
Mi hijo tiene los bolsillos llenos de dinosaurios. Tengo que acordarme antes de poner el pantalón en la lavadora. Es importante. No creo que sobrevivan a un programa intensivo de 40º con doble centrifugado.