El otro día me senté sobre una mano blanca y dura de sólo cuatro dedos. Asustada, salté del sofá para comprobar que mis niños no habían desmembrado a ningún vecino, pues aunque son expertos rompedores de cosas, tienen buen corazón y si en algún momento descuartizan un ser vivo, tendré, como buena madre, que justificarlos ante los que traten de inculparlos: algo habrá hecho el infeliz para merecer ser troceado y, desde luego, seguro que empezó primero. De momento puedo presumir de hijos con la conciencia limpia porque la mano blanca y dura de sólo cuatro dedos que intentó tocarme el trasero era la del Sr. Patata. El pobre tubérculo debía andar manco desde hacía días, con su manita derecha metida entre los cojines del sofá, y no es zurdo, así que imagínense qué ratos tan malos ha tenido que pasar sin poder atildarse el bigotón como es debido.
Pasan cosas muy extrañas en nuestra casa, como que la muñeca de Lorenzo cabalgue sobre un tiburón y Martín me pregunte si la lámpara de mimbre del porche tiene hambre: tendrían que ver como dirige su manita mullida hacia la luz encendida, cómo agarra con fuerza la cuchara de plástico rosa y en un gesto torpe que no logra salvar dos o tres legumbres del abismo dice: ¿am?. No, cariño, en nuestro mundo las lámparas no comen. Luego su padre añade: no tienen sistema digestivo, de hecho, no tienen ni boca, además no tienen dientes y podrían atragantarse y entonces, ¿cómo le practicaríamos la maniobra de Heimlich? ¡Si ni siquiera tienen zona abdominal! Todo eso se lo dice al hijo, in crescendo, en actitud sobresaltada.Y así sigue hasta que la madre lo mira y le dice que pare, que está liando al niño con esa clase de anatomía absurda y hasta él mismo está entrando en un círculo vicioso en el que no sé ni cómo ha sacado a relucir la historia de la invención de la electricidad, la productividad de las bombillas LED y que en casa tenemos prohibida la palabra “vímet” (mimbre en catalán), junto con otras que él mismo ha reconocido que no venían al caso.
Pasan cosas muy extrañas en nuestra casa, insisto, porque hoy 10 de agosto es San Lorenzo y eso que nuestro niño nació el 15 de agosto y todavía no ha obrado ningún milagro. En cualquier caso, ¡Felicidades Lorete!