Para el mal de altura,
crece.
Crece hasta que alcances las cumbres,
hasta que no tengas que ascender la montaña,
sino descender hacia ella.
Para el mal de altura,
crece:
basta que tus brazos se estiren
para acariciar las nubes
con los dedos,
basta que se agrande la distancia
entre tu mirada y el suelo.
Para el soroche,
para el vértigo,
tírate del primer balcón que veas
y ensaya,
la caída no es tan mala.
Súbete a los hombros
de algún hombre bueno
y ensaya,
desde ahí se alcanza a ver el mar
en plena cordillera africana.
Lo más probable
es que el mal de altura
no llegue a las suelas de tus zapatos,
si me haces caso y creces.
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